Una mujer que deseaba vivamente encontrar la paz en medio de sus quehaceres domésticos de esposa y madre, acudió al sabio Yang Zhu y le rogó le instruyera lo más rápidamente posible para alcanzar la iluminación enseguida y poder volver a su hogar con el ánimo ecuánime, ya que tenía plena fe en que, una vez liberada su mente de la ilusión que es la vida, podría dedicarse plenamente a sus deberes sin que éstos turbaran en manera alguna su espíritu. Sabía que esto era así, y estaba dispuesta a hacer todo lo que se le dijera para llegar a la liberación interior en el breve tiempo de que disponía.
El sabio respondió:
– Genuino es tu deseo, y ésa es la primera gran condición para alcanzar el fruto del espíritu. Pero también hace falta cierta instrucción y ciertas prácticas que puedo ir enseñándote poco a poco en ratos breves, según tengas tiempo para venir a verme. Junto con el gran deseo, la gran paciencia es también requisito indispensable para la iluminación. Me has dicho que tienes un hijo. En toda su vida tu hijo llegará a comerse una tonelada de arroz. Pero ¿qué pasaría si le haces comerse todo ese arroz de una vez? No le haría bien sino daño. Aprende a tener gran deseo y ninguna prisa. Vuelve cuando así lo desees.
El sabio respondió:
– Genuino es tu deseo, y ésa es la primera gran condición para alcanzar el fruto del espíritu. Pero también hace falta cierta instrucción y ciertas prácticas que puedo ir enseñándote poco a poco en ratos breves, según tengas tiempo para venir a verme. Junto con el gran deseo, la gran paciencia es también requisito indispensable para la iluminación. Me has dicho que tienes un hijo. En toda su vida tu hijo llegará a comerse una tonelada de arroz. Pero ¿qué pasaría si le haces comerse todo ese arroz de una vez? No le haría bien sino daño. Aprende a tener gran deseo y ninguna prisa. Vuelve cuando así lo desees.