Estas son imágenes habituales en la
República Centroafricana. Un país olvidado en el África profunda, rodeado por otros Estados tristemente conocidos por sus continuos conflictos: Chad, al norte; Sudán, al este; Camerún, al oeste, y Congo y la República del Congo, al sur. Con 4,3 millones de habitantes, la mitad de ellos menores de 18 años, la RCA vive marcada por la violencia contra las personas, por los continuos desplazamientos de poblados enteros huyendo de las facciones rebeldes que actúan en el país, por la ausencia de un sistema sanitario y educativo decente, por la corrupción generalizada en todos los estamentos de la sociedad, por las epidemias de malaria y tripanosomiasis, por la desnutrición... Un auténtico agujero negro que no aparece en los periódicos y cuyo personaje más conocido fue el tristemente célebre emperador Bokassa, que gobernó el país entre 1966 y 1979 y dejó un legado de corrupción y violencia que se ha consolidado en las décadas siguientes mediante golpes de Estado sucesivos que encumbraban a militares en busca de fortuna. De la época de colonización francesa solo queda el idioma, algunos edificios que se caen a pedazos y los intereses de empresas galas que exportan madera, uranio y metales preciosos.
El barracón de pediatría está lleno a rebosar. Y eso que todavía estamos a finales de abril y no ha llegado la temporada de lluvias, que trae centenares de casos de malaria. Hoy hay 61 niños ingresados, de entre pocos meses y tres o cuatro años. Están como desmayados en brazos de sus madres, con los ojos entornados y una leve queja que sale sin fuerzas de su boca. Los llantos suenan con sordina, como si nadie los fuera a escuchar.
No quiero que me pase como hace unos años, en que murieron de malaria otros dos gemelos de cinco meses por llegar tarde. Ahora me quedan otros hijos de 11, 6, 4 y 3 años, además de mis gemelas enfermas. Justine ha venido conmigo porque yo no puedo cuidar a las dos".
La hermana se ha hecho mayor de repente. Atiende a su hermanita como si fuera una muñeca, aunque parece aterrorizada por lo que pueda pasar. Cuando se queja, la cambia con su madre para que esta le dé el pecho y calme sus leves quejidos. "Vivimos al día", explica Qussi, "y mis otros hijos se han quedado trabajando en el campo para sobrevivir. No sé lo que pasará mañana. Lo único que me importa es que mis hijas no mueran".
Otras 60 madres ocupan sus camas o pasean entre ellas con sus bebés en brazos, algunos enchufados al pecho y con la mirada perdida, esperando que pasen las horas.
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