Dejar ir es dejar llegar, porque nadie viene a este mundo sabiéndolo todo, ni trayendo consigo el manual de las decisiones perfectas, esas que están exentas de error. Vivir es probar, tocar, iniciar, arriesgarse y también equivocarse, de ahí, que debamos tener en cuenta los siguientes aspectos:
- No te enfades, no llenes tu corazón con la ira ni tu mente con el rencor. Dejar ir es un arte que debe hacerse de forma pacífica y sin rabia, solo entonces nos permitiremos ser libres, descubriendo que día a día el dolor es mucho menor.
- Para dejar ir lo primero que debemos hacer es aprender a aceptar: acepta que toda experiencia mereció la pena porque es vida vivida, porque quien niega y olvida no asume, no sana y no aprende. Es necesario aceptar lo ocurrido y entender que dejar ir también es crecer.
El acto de dejar ir implica un gesto de valentía y de autoconocimiento. Es necesario saber percibir dónde están nuestros límites y qué es aquello que de verdad queremos para nosotros mismos.
Somos conscientes de que nadie tiene la felicidad garantizada en la palma de su mano, sin embargo, tenemos derecho a entrelazar, en un momento dado, nuestros dedos en otra mano que nos colma de emociones, y que de algún modo, nos ha de ofrecer bienestar.
Si ese compañero o compañera que llevábamos de la mano nos acaba guiando por el sendero de la infelicidad, es necesario soltarnos para buscar nuestro propio camino. Y lo haremos aunque exista el amor, porque a pesar del cariño y la pasión, no todas las relaciones son sabias, ni todos los amores entienden el lenguaje del respeto.
Una buena autoestima, y una actitud fuerte que defienda nuestra propia dignidad, será siempre quien nos guiará lejos de estas situaciones para no quedar movilizados, sometidos al sufrimiento. Porque madurar es también dejar ir a quien no se quiere quedar.
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