La cultura que habitamos es hija natural de un concubinato mal avenido entre la pretensión iluminista y el vacío de la postmodernidad líquida, lo cual también equivale a un incesto, ya que este vacío es hijo de la primera. Así es que, inmersos en reflejos racionalistas y una "virtualita debole", debemos hacer un esfuerzo extra para darle crédito a nuestros sentidos. Paradójicamente, aludiendo de manera inversa a san Agustín, podría decirse que, en estos días, hasta es necesario tener “fe en lo que se ve”…
Hubo un Dolina, hace años, poseedor de una capacidad genial de resumir grandes verdades con simpleza, que decía: "Ahhh sí! Yo CREO en la ley de gravedad!!!"
Es tan cierta esta inversión de verbos del conocimiento que pedimos demostraciones físico-matemáticas a los artículos de fe pero creemos inmediatamente sin dudar en el multiverso de cuanto "divulgador científico" salga en el telediario de las 15hs...
Claro que no es un fenómeno aislado, esto también se enmarca en esa idea de que es obviamente necesario que los sacerdotes se casen y muy importante que los casados se divorcien; que los heterosexuales puedan tener relaciones sin compromiso alguno, pero es fundamental que los gays se casen en la iglesia y por supuesto que un niño con sólo cinco o seis años tiene derecho a decidir si será hombre o mujer por el resto de su vida, pero un menor de dieciocho no debe responder por delitos cometidos... no hay plazas para los pacientes en los hospitales, pero hay incentivos y patrocinio para quien quiere hacer cambio de sexo y hay también un acompañamiento psicológico gratuito para quien desea dejar la heterosexualidad y vivir a pleno la homosexualidad, pero no hay ningún apoyo de éste mismo tenor para quien desea salir de la homosexualidad y vivir su heterosexualidad y si intentan hacerlo, es un crimen. En fin, ya se sabe que expresarse a favor de la familia y la religión es dictatorial, pero pintarrajear iglesias es libertad de expresión y profanar crucifijos es arte moderno.
Un tiempo atrás, decía Baudrillard que el mal, en tanto que no es percibido, se ha hecho transparente... más allá del juego de palabras, sabemos que en realidad sigue tanto o más opaco que antaño; somos nosotros quienes, a fuerza de tener el ojo estragado, dejamos de percibirlo como tal.
Cuando éramos niños, en la grilla televisiva de la tarde, o la siesta, recalaban los programas que pregonaban los «chismes del corazón»... vanidades y banalidades de fulanas y menganos que se aseguraban un puesto en la historia a partir de un romance más o menos promocional y fugaz.
Obviamente esto hoy no funciona porque con la instantaneidad de la información, ya no queda tiempo para la historia.... Pero el mutatis mutandi a la actualidad, da por resultado los «chismes de la agresión» donde una relación más o menos amorosa no es ya noticia, sino por el contrario la promoción sólo surge de quién se peleó con quién y hasta qué grado de agresión moral o física...
Esta instalación de la violencia sin límite como método constructivo de contenidos multimedia, es amparada con el argumento: "es todo ficción"...
El tema es que, inmersos en una cultura de permanente simulación, el simulacro del mal da por resultado también el mismo mal. Tan opaco como materia oscura.
Es necesario agregar a esto el efecto exponencial que le otorga la viralización multimedial de los eventos, en una época donde festejamos para poder hacer el video de la fiesta, que como todos sabemos, es más importante que la fiesta misma...
Hemos pasado del hipertexto a la hiperrealidad que adquiere cualidad de verdad por el sólo hecho de estar en una pantalla y es, a su vez, un aparato tal que requiere inagotable alimento de violencia para divulgar, y que ha de fabricarla también, para mantener viva su propia monstruosidad.
Llegamos al punto, entonces, donde ya no hay diferencia entre una denuncia falsa y una falsa denuncia, y el "miente, miente, que algo quedará" se ve multiplicado hasta el hartazgo por operaciones mediáticas que se fagocitan unas a otras con grado de verosimilitud creciente...
Entonces, en este contexto, sólo nos queda esto: poner en tela de juicio años de constatación personal de la verdad y experiencia directa del bien.
Someter nuestra íntima convicción al escrutinio de los medios y darles la derecha o al menos la duda a su favor, ya que el status de verdad superior de estos medios contrarresta cualquier convicción propia por más profunda que sea y hemos de quedarnos entonces "en espera" a que alguna autoridad de turno se expida sobre si algo realmente sucedió o no... y volver a creer entonces en la historia personal realmente vivida o reconfigurarla a la versión media, mediática y mediatizada.
Hay un catálogo de cosas que son también muy ciertas: a veces la vida te da sorpresas y lo que parecía liebre era gato; grandes ejemplos de desilusión donde estrellas terminaron estrelladas; momentos de debilidad de los mejores o incluso la corrupción de los que deberían ser óptimos y resultaron pésimos... todo eso es cierto. Pero también hay certeza, de esa que se adquiere con el tiempo, con la frecuentación y con la profundidad de lo compartido. Esa certeza de que no nos pueden hacer creer ahora que los corderos siempre fueron lobos.
Ante los sucesos de público conocimiento, no son pocos aquellos que piden que salgan monjes del Cristo Orante o voceros oficiales a dar "su versión en los medios", y esperan -o reclaman incluso- que haya declaraciones y contradeclaraciones.
Pero hay que preguntarse: ¿Es necesario verlos también a ellos en los medios para que entonces sean más "creíbles"?
¿Ahí en los medios donde la repetición fractal y fragmentaria destruye el valor de lo real y ciertamente de la palabra misma?
¿En esos medios que se constituyen en fiscales, jueces y jurados sumarísimos a propia conveniencia o la de sus benefactores o simplemente de la cultura imperante?
Felizmente, la Justicia hace y hará lo suyo sin que nada de esto sea necesario. Y ciertamente los monjes también.
En el Monasterio del Cristo Orante de Gualtallary, han sido, durante años, los monjes -sin silenciar voz alguna- pedagogos del silencio, maestros en silencio y médicos espirituales para el silencio.
Hoy, su historia, su comunidad y -fundamentalmente- su obra hablan por ellos.
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