martes, 21 de marzo de 2023

Misa en Sevilla

Misa en Sevilla

Sevilla siempre es Sevilla, ni mejor ni peor, con sus virtudes y defectos. Posee su estética, su filosofía, su idiosincrasia, sus costumbres, sus manías, sus debilidades, su carisma para, con todo ello, hacerse su singular horma rociera, siempre fiel a sí misma aunque cambien los tiempos o anden algunos todo el tiempo intentando cambiarla. Pero siendo la misma, la Hermandad de Sevilla se refunda cada generación, cada generación crea su época, como un árbol crea nuevos frutos cada primavera pero sin dejar de ser el mismo árbol.

Cada nueva generación, la Hermandad parte de cero, como dijera Jesús a Nicodemo: “Hay que hacer de nuevo”. El grupo de Juventud, que tanta calidad humana aportó hace pocos años, se hicieron hombres y mujeres de plena madurez, ley de vida, aunque, como a Peter Pan, les dé coraje hacerse unos vejestorios. Pero, estos ex jóvenes, saben que no termina ahí su camino, muy al contrario, no es más que un cambio de tercio. A partir de ahora, han asumido las demás jornadas del camino de sus vidas con ese magistral lema de vida: “No digas lo que hay que hacer, Hazlo”.

Conforme ese admirable grupo de ex adolescentes dejan de ser pupilos, comienzan un nuevo camino para convertirse en maestros y transmitir lo que ellos aprendieron a la siguiente generación que ya sestea en la adolescencia del camino de sus vidas. Y ésta, a su vez, repetirá el rito cuando se disuelva su juventud en la madurez del tiempo, pasándole el testigo del testimonio de nuestra Fe y de nuestras costumbres a los que ahora son zagalillos y algunos tan solo bebés.

Pero no sólo se entregan a los niños hermanos, nuestros hijos, sino que hacen lo mismo con los niños de las colonias de verano, con las niñas de Santa Ángela y con esos niños que tienen un down especial, el de hacer el bien sin mirar a quien. Sólo les faltaría poder acunar a esos oropeles sin pecados concebidos (propios, se entiende) que, por pecados egoístas y cobardes de los contemporáneos Herodes, son expirantes cachorros humanos. Quizá, si no hubieran perdido la Fe, ningún temor ni rencor le habría encogido el corazón a ese pulso latente, negándoles el aliento del aspirar el foreño marismeño.

¿Qué es la Fe?

Igual que un ciego de nacimiento te cree cuando le explicas cómo es la cara de la Virgen con incontenida ilusión, el que tiene Fe cree en todos los dogmas de Fe cristiana si necesidad de meter el dedito en la llaga.

¿Qué es, entonces, tener Fe?

Tener Fe es esperar, sin bulla, a esa esperanza en que nos concederá todo aquello que, mendigos de su mediación, le pedimos.

Tener Fe es la paciencia sonriente en los tiempos de escombros que paren mataúras.

Tener Fe es creer con una certeza sin harapos que Ella cree en nosotros incluso en el traidor abandono de cuando la decepcionamos.

Tener Fe es, para la sensatez, la locura consentida de querer sin necesidades, sin mandatos, sin reproches.

La Fe es la que cura la ceguera de la razón, la que encuentra amor donde todo el mundo miró pero donde nadie lo vio.

La Fe es la tenacidad de la constancia inoxidable ante la medrosa duda, el sacrificio del coraje sin reniego, la ilusión descarnada que asciende incorrupta y desnuda.

Tener Fe es la escritura sin notario, porque dos manos apretás van a Misa, lo que así se dice… ¡Eso es el Evangelio!

Tener Fe es no darte por satisfecho y siempre mantenerle a tu camino un horizonte de cordura.

Tener Fe es la confianza sin coágulos de que nuestros hijos llegarán de Su mano a Su regazo aun sin haber iniciado aún su propio camino.

Porque, cuando un niño ha sido mecido al vaivén de los baches de un carril y acurrucado al abrigo de un poncho. Cuando se ha dormido acunado en la melodía de una sevinana por menores de una voz rajada, para sonámbulo subir los tres peldaños de la carriola. Cuando ese niño llega en sus correrías a lo más alto de la rampa del Salvador, cuando deja de participar en el Belén viviente o en la Cruz de Mayo… Es cuando se van soltando de la mano para empezar a comprender por sí mismos, a base de sus aciertos y de sus errores, lo duro y bello que es el camino que comienzan a caminar con sus propias huellas, con tropiezos, pero guiados por la Fe que habrá heredado de nosotros y de la que pronto harán su Protestación de Fe. Porque la Fe que se hereda no se hurta, ni por los amigos que conozca fuera del ámbito de la Hermandad, ni por las consignas de esta sociedad que pretende imponernos que nosotros les soportemos cuanto se les ocurra, al tiempo que ellos tienen la potestad de prohibirnos todo aquello que no les parezca oportuno de nuestra vida.

Estos hijos, hoy, sin saberlo ni pretenderlo, con ese timbre de campanillas de sus carcajadas, poseen la gracia de Dios. Sus voces a coro suponen un ungüento de ilusión para sus padres. Porque contemplar ese grupo de casi un centenar de ilusiones, que nos asedian cada viernes para llevarles al ensayo del coro, es la más bella metáfora de la apoteosis del amor: Fundir lo que realmente es oro de ley en las vidas de mis hermanos de mi generación para, juntos, labrarle una corona de corazones pueriles; esa es la joya más reluciente que puede lucir una Madre como fruto de esta sagrada alianza.

Les ha llegado el momento de que aprendan el concepto de “hacer Hermandad” sin alardes impostados, dando el siguiente paso firme que dejará huella en su vida: “hacer pandilla”, donde tallarán un altar pagano en la hornacina del templo más divino que creara Dios: La amistad en sus corazones con esos a los que están conociendo ahora, sin saber aún que serán sus hermanos el resto de su vida.

A partir de ahora, contarán el Rosario de años de su vida por las cuentas de las anécdotas de aquel camino, por aquellos selfies que, intentando retener el tiempo preso entre cuatro megas, cada tres pasos se harán apretándose todos, como si la marisma tuviera los dos metros de la angostura de Alcaicería, para caber en el plano sin que uno solo se quede fuera, porque a esta edad ya se preocupan de que nadie se quede fuera.

En adelante llorarán, pero no ya por la pataleta caprichosa ante un escaparate. Llorarán por sus primeras emociones incontenidas, llorarán por sus primeras ilusiones y decepciones consecuencia de esos sentimientos ingenuos que están naciendo en ellos.

Y un día les caerán lágrimas como lápidas con nombres y apellidos, las de la ausencia, las del vacío que te inunda al iniciar un camino sin un amigo, sin un hermano, sin los padres. Esos cantes, bromas, rezos… sentir esas cosas que viví contigo y que viviré sin ti que me ensartan un rosario de sentimientos que nacen cada camino y que siembran los recuerdos de imborrables momentos y de inolvidables amigos, esos que ahora están conociendo y que serán sus hermanos incluso cuando estén de alma presente.

La vida de un rociero es un camino sin horizonte, que inicias cuando te ponen la medalla en tu cuello y estrenas la ilusión pueril ávida de conocer el camino, de aprender todas las partes, de aprehender en tus retinas todos los instantes, de ser bautizado como rociero en el Guadiamar, y no acaba aun cuando anuden tu medalla en el varal de la carreta. Esas medallas son crespones que hacen el camino anudadas a la carreta de plata, son el tributo de nuestra Fe, para que, cual evangelista, caminen a su lado susurrándole sus plegarias a María del Sin Pecado. Por eso la Virgen del Rocío no tiene lágrimas, porque cada vez que un rociero la acompaña, le evita la soledad de amor en la que aquella pasión acabara, y ese es el mayor motivo de alegría para su mirada materna “Madre, ahí tienes a tus hijos. Hijos, ahí tenéis a vuestra Madre”. Pero tu camino va más allá. Incluso después de la muerte, la medalla sigue siendo peregrina en la nostalgia de un pecho ajeno, que se asfixia si se olvida de tu aliento y cojea si no carga en su espalda tu alforja, albacea del legado de solera que supone, para un rociero, ese trozo de metal con aquel nombre grabado en su reverso. Como ahora mismo les ocurre a esos que se nos viene a la memoria su nombre y su imagen (parece que estuviera viéndote ahora mismo), esos que ni la muerte nos separa de ellos.

Querido primo Grabié: ¿Dónde te has buscado a este jartible CALI? Este pescador de hombrecitos (si no digo de mujercitas es discriminación, si lo digo suena a pervertido, ¡Amoavé!), les ha echado el anzuelo para hacerlos apóstoles del Pastorcillo. Los va guiando, con la majagua del Coro, aquerenciándolos a la Rocina a estos trastos por los trastes sin cejillas, donde nacen los sentimientos más jondos.

No conforme este zagal, este encofrador del futuro de la Hermandad, se ha camelao a esos churumbeles para que hagan su primera noche del camino creándoles un mundo de fantasía, en una noche de cuento y, lo más grandioso, ha convencido a estos camastrones, que se despierten a las cinco de la madrugá para que conozcan el camino de Hinojos y lleguen hasta la presentación en la ermita, para que sus huellas en las arenas, caminando entre armonías y cadencias, dibujen pentagramas animados al compás de su maestranza rociera. Los padres le estamos diciendo que es un palizón (¡Cada año, a mí me parece que echan el Aholí más pa allá!), por lo que está urdiendo contratar un coche con remolque pa tó los niños al que va a llamar “La Borriquita… Peregrina”.

Con este CALI, estamos todos los padres indignadísimos... Con lo que nosotros odiamos compartir y enseñar a nuestros hijos el camino, con lo que nos irrita ver la pandilla de cerca del centenar de niños que están formando, con lo que nos repugna que se nos ponga la piel de pollo contemplando los resultados del destete que este hombre está consiguiendo de esa piara niños tímidos y abrazados a sus progenitores el otoño pasado… (me veo en la necesidad de escribirlo así porque, a este paso, no sé cuándo me vais a dar la ocasión de poder criticaros algo).

Galopan los escalofríos al ver a estos niños cómo acogen e integran al que llega y se incorpora al grupo sin cerrojos que este CALI está conformando. Niños que ya han aprendido el concepto de acoger y el de compartir con la edad que aún tienen… Ya son más rocieros que esos cicateros adultos que todavía siguen escaneando visualmente la indumentaria, el currículum, patrimonio, posición laboral, qué medalla rociera llevan, de qué Hermandad de Penitencia son o cualquier otro parámetro antes de dirigirle la palabra a un desconocido. Niños que ya saben que ser rociero es no excluir, ni a quien no le ves interés para tu beneficio personal, ni a quien sus opiniones no te interesen o no compartas.

Y es que, todavía casi ni se han estrenado y ya los admiro maestros. Sobre todo, ese maestro en el “No ni ná”, ese volcán de vida haciendo frente al bombardeo de relentes de escarcha que nos está enseñando cada día que vivir es el equilibrio de funambulear entre cuitas y gozos. Ese prioste de bienaventuranzas que, cada amargura adorna de esperanza ¿Cómo darse por náufrago cuando tienes como faro el aliento de un tiarrón que se crece como Gulliver, dándote en toda la cara la lección de cómo se pone las manos para abrazar la Cruz que Dios nos da a cada uno? ¡Como si de una simple vara de eucalipto se tratara!, ¡Como si abrazara su guitarra para entonar a acariciarla!, ¡Como si portara, a su edad, el mismísimo estandarte de la Fe rociera!, ¿Cómo ser el Cirineo de este Espíritu de vida si, en cada caída, su cara es una porfía que vence, con desdén al insulso, con una nueva levantá a su pulso, como si un juego fuera mantener en pie la vida? Mi madre siempre me decía: “Si bien como y bien duermo es que no estoy enfermo”. Ahora la entiendo, una persona con sueños que realizar, con apetito de vida, no está enfermo, jamás se detiene, jamás dice “no sé”, “no puedo”, “me da miedo”, “me da asco”... Siempre tiene un “déjame a mí”.

Yo quiero de mayor ser como él, y con mucha chulería quitarle a Héctor la guadaña y afeitarme la cabeza para jugar a ser rockero, e insumiso amotinarme ante Caronte y hacerme con ese bergantín pirata, revirá el camino pa el Hades para atracar en el regazo de mis padres silbando con la misma alegría con la que veo el zaguán de mi casa cuando acaba la Romería, y mantenerle el pulso a las duquelas, y aprender a escribir sin astillas como él va escribiendo su Evangelio, con una mirada con retranca y una sonrisa con la que va recitando, cuando el camino se le pone cuesta arriba del Rosario, sus Misterios Jocosos.

¡Cuánta grandiosidad en ese idioma tan sencillo de este niño!, sin palabrería ñoña contagia su amor a Dios, que baja pidiéndonos que le dejemos que esos nuevos rocieros se acerquen a él. Tanto amor le ha cogido que quiere que ya esté con Él en el paraíso, pero se interpone una bulla más larga que la del Rosario del Caoso que se le embroca interpelándole: “Pues va a ser impuntual a vuestra cita, así que avisa a Pedro que se siente en una silla del palquillo, porque vamos con retraso, que seguirán muchos Pentecostés sus pasos entre la aldea y Sevilla, porque Sevilla no hace caso a los que le vienen con prisas. Si quieres caminar con él, haz como en Emaús: bájate de la carreta, de tu carreta de plata, sonríete con ese guiño con el que te trajina este niño y dale un beso de buenas vidas para hacer juntos el paseíllo de esta faena que supera sin petos, cornada a cornada y, por despué, ¡Vaya usté condió!, que al fin y al cabo eres Tú mismo.

Que me da a mí la corazoná que esta alma, con apenas cuatro zancás que ha dado, ya ha dejado una huella profunda en su Hermandad de admiración y Esperanza. Así que, si quieres estar junto a este Maestro, conviértete en su peón de brega, con las cuentas de tus besos enlaza un rosario de quites por naturales y alíviale las banderillas de las batas blancas con el nombre de tu Madre bordás en sus pechos, que ese rejón de espinas no es el estoque que hoy le toque de corona al rey de esa casa.”

Ya puestos a hablar en taurino, Mediadora de los buenos, no te me hagas Piedad del Arenal sevillano, permíteme que, tras la Misa de Romeros, yo le vea salir a hombros por la puerta grande del Salvador hacia el Arenal Marismeño y que, cuando se nos cuadren las agujas como Dios manda (mantengamos el orden de los tiempos) que anude nuestras medallas y nos nombre en sus rezos y te presente a sus hijos y te presente a sus nietos, que este año cuando lleguemos con la carreta hasta tu puerta sólo haya lágrimas agradecidas y que sólo un abrazo mu apretao nos deje sin aliento.

¡¡Totá!! Querido primo Grabié, que con este CALI estamos en eso de “relájate y disfruta” porque es inevitable. ¡Para cada impedimento este hombre rompe una hucha de soluciones!, ¡Por cada objeción chasquea y se saca del sombrero de ala ancha una ideíta nueva que lo lleva al infinito y más allá! Esto es como pretender discutir con un agual marismeño. Sobre todo, porque presiento que no está planificando una jornada de excursión escolar, sino dos días (con su correspondiente noche del Caoso) estrictamente docentes. Porque, aunque muchos profesores (sobre todo en el Aljarafe) protesten porque se queden las aulas vacías en los días de Romería, sus alumnos siguen en jornada escolar. Y es que lo que aprenderán en el camino, no lo aprenderán en ningún centro docente, actividades extraescolares, libros de ética y formación ciudadana, página de Instagram, canal de You Tube o serie de Netflix y les valdrá para todos los foros por los que discurra sus vidas.

Para entender esto, hay que haber hecho el camino, no me refiero a haber ido al camino, me refiero a haber hecho el camino en Hermandad, a adquirir conciencia de ser uno mismo la Hermandad, porque la Hermandad no es un ente abstracto y etéreo, la Hermandad es un cuerpo cierto que se compone de hombres y mujeres (en todas las opciones, sin excepción, que nuestra moderna sociedad nos define hoy día como políticamente correctas), de familias que ya van por varias generaciones, de grupos de amigos que llevan más de treinta años compartiendo, preparando, haciendo juntos el camino y educando juntos a sus hijos que, junto a los que ahora están conociendo, llegarán a otros treinta caminos como hermanos y se lo transmitirán a nuestros nietos.

El camino es compromiso, implicación. No es sólo tu relación con el Dios Padre, su hijo Jesús y el Espíritu Santo. Es la relación entre cada uno con todos los demás, con los que convives cada camino, paso a paso, delante de la carreta, compartiendo la sagrada forma en cada Eucaristía de Romeros, cada Ángelus, Rosario o una charla, disfrutando de un cante o con uno de aquellos cachondeos que se organizaban antiguamente cuando esta Hermandad no era señorial y esplendorosa de categórica solemnidad, sino un grupo de personas con talento y humildad, con arte y generosidad. ¿Qué sentido tiene todo el tiempo dedicado a preparar el camino, el dinero que cuesta, que a veces es un sobreesfuerzo en la economía doméstica, todos los desvelos de los días previos para, al final, estar todo el tiempo tan solo con tu reunión? Para eso se organiza una barbacoa en casa de uno y se divierte lo mismo y más barato.

Personalmente, no me gustan las Hermandades demasiado numerosas, porque se pierde el trato directo entre los hermanos. Se convierten en instituciones admirables en sus cultos y obras asistenciales, pero se diluye el matiz que la hace HERMANDAD: la convivencia entre sus miembros más allá de la cortesía del trato de un evento social. Hay un matiz nada sutil entre ir con una Hermandad y ser de la Hermandad, ser la propia Hermandad en carne y hueso.

El camino es compartir con todos los que caminan junto a ti delante de la carreta, de todas las reuniones. La reunión es la plataforma que te permite la infraestructura necesaria para poder dormir, lavarte, tener armarios y alacenas, pero, a partir de ahí, el camino es convivir con todos los que caminan junto a ti, si es amigo porque disfrutas de su compañía, si no lo conoces ¿Qué mejor momento para ello? ¿Cuántas amistades han surgido de conocerse andando delante de la carreta? ¿Cuántas familias? ¿Cuántas personas habitan este mundo gracias a que sus padres se conocieron delante de la carreta? Se hacen tu familia a cada paso que camináis juntos. Pero el camino no sólo lo convives con tus vivos, lo revives con tus hermanos fallecidos al detenerte en aquel lugar del camino o al oír aquella sevillana que alguien rescata de la prisión del olvido y que te parece que fue escrita para él (o para eeeeeella). Porque, si no amas a los que llamas hermanos ¿Para qué tantos abrazos?

El camino no tiene sentido realizarlo en soledad, porque es un camino amputado, imperfecto, incompleto. Si no compartes tu camino con el báculo de su hombro, si no forjas una Hermandad con el resto de personas que forman tu vida, aunque lo hayas realizado en la más profunda y mística reflexión interior religiosa, no es una Romería, porque la Romería es la jocosa exaltación de la común unión de las personas que la realizan. Piénsalo, si tus pasos no dejan huellas en nadie ¿Para qué tantas ampollas?

Por ello, lo mejor, lo que hace que todo compense, lo que más te emocionará, lo que te hará sentirte mejor persona, lo que te enseñará a valorar la belleza de todo lo que es adorno accesorio deleitando tus sentidos… Es llegar al final del camino, llegar a esa reja de adagios y odas y poder mirarla, mantener una conversación con ella, porque en eso consiste rezarle. Y, de pronto, que se interrumpa tu conversación al escuchar la salve, mirar a tu alrededor y sentirte arropado por aquellos que te llaman hermano, como una legión rociera en formación de Tortuga. Aquellos que COMPARTIERON las grandezas y penurias del camino, los que complementan el amor maternal de la que te estaba esperando con ese amor fraternal de quienes te acompañarán toda tu vida, con ese amor eterno de quienes te enseñaron el camino y hoy no están, pero les ves… Ese repeluco que te zamarrea haciendo temblar tus labios y una lágrima en tu pupila como llama en un pabilo es el que te hará comprender el porqué de tu cansancio, esas lágrimas saltarán desde el precipicio del yo para caer sobre el mullido nosotros, bajo el amparo de esa mano que, al primer temblor, se te agarrará apretando con todas sus fuerzas, transfundiendo así su concepto de amor y de compartir, recordándote que todos esos que te rodean son tu Hermandad, porque ellos son la encarnación del angelito de la guarda que tenías… pero cuando dejas ya de ser niño.

Y respirando hondo, como un gañafón se te varearán tus seseras y tus entrañas en un seísmo, cuyo epicentro estará en lo más recóndito de tus adentros, para recoger el fruto del camino, comprender de una vez que, el camino, no es una lista de antiguos nombres toponímicos con sabor a una poética baja Andalucía, romántica y bucólica. El camino es lo que has terminado porque lo has terminado con quienes lo has terminado, si no, no sería el camino, sería una excursión cultural/lúdica del colegio.

Eso es lo que os hará conocer el CALI y su cuadrilla sembrando en la paciencia del tiempo este centenar de semillas que darán como fruto una Hermandad del Rocío de Sevilla mucho más Hermandad, más auténtica, más rociera, y esos resultados lo veremos más rápido de lo que queremos. Antes de que os deis cuenta, repasaréis las fotos de los selfies del móvil y sumaréis: ¿Veinte años ya de esta foto?... Pues sí. ¡Vaya los trajecitos que se llevaban en aquella época!

Ahí los tienes, Madre, ellos aún no te conocen ni te reconocen como Madre, ellos aún no te hablan como se le habla a una madre: sus inquietudes, sus confidencias, sus sueños, sus males, sus gozos… Todos tienen a la madre que los parió, y todos se sienten privilegiados por recibir el amor de su madre, únicos, porque una madre ama en la infinidad y abraza a cada hijo como si fuera el único, aunque sea madre de familia numerosa (mi madre siempre nos decía: “¿Qué dedito me corto que no me duela?...”) El problema está en que, como ellos aún tienen en la tierra a su madre, no asimilan que ellos tienen dos madres.

Ojalá tarden muchos años en comprender qué se siente al hablarle a una madre sin poder mirarla a los ojos mientras te escucha con una sonrisa cómplice, sin poder sentir sus caricias mientras te consuela, sin poder oír sus consejos para guiarte en la vida cuando dudas o cuando crees que ya todo lo sabes porque ya eres mayor, ¡Porque eres tú mu listo!… Sin sentirse el ser más afortunando del mundo por poder abrazar a esa mujer, porque esa mujer, que es como cualquier otra mujer, no es una simple mujer, es su madre. Ojalá tarden mucho tiempo en reconocerte como la única madre que les queda en la tierra. Ojalá tarden mucho tiempo en reconocerse en sus padres cuando se vean repitiendo las mismas frases a sus hijos.

Esa es la gran tragedia humana: que, hasta que no sean padres, no podrán comprender el amor de sus padres. Hasta que no formen su familia, no sentirán la alegría de ir de visita a casa de sus padres y encontrárselos, con el poso de los años, pero están, aún están, con su corazón platino aun latiendo para dar impulsos. Y poder volver a abrazarlos, y dejar de asumir todo el peso de la vida para poder reconfortarse abandonándose en el regazo de sus manos, porque es donde una persona está más a gusto en la vida, acunada en las manos de su madre.

Que nunca nadie les reniegue las manos de su madre mientras sigan dando calor, ni esas manos sientan el desahucio del olvido mientras sigan teniendo caricias pendientes. Si lo necesitara su salud, pon sus manos en manos de profesionales, pero en cuestión de amor, no te laves las manos, mantenlas siempre a mano, porque nunca llega el tiempo de dar de mano para cuidar las manos que te cuidaron. Ojalá tarden mucho tiempo en añorar las caricias que no pudieron recibir porque les cogía a trasmano.

Benditas las manos samaritanas, encarnación del amor a una madre, que no hay corazón con más buena sangre que la que el amor de balde lo paga. Aunque entre la niebla de su memoria ya no reconozca quién es su Ángel, el acorde de su voz hace que mane un brillo por sus niñas y lacrimales. Que el pincel que dibujaba en tus labios una sonrisa con dos trazos, hoy requiere de tu tacto para no pintar abstracto el amor descorazonado porque, cuando el cerebro entra en trance en un laberinto de calles por el que te guiara de su mano, es la llamada para que en este día tú la lleves alumbrando el pabilo que ya no enciende la luz que te diera a luz hace… los años que tañes.

No hay mayor gratitud ni mejor alabanza y este ejemplo es la mejor enseñanza con que honra la rama que al tronco sale. Pa abrigarla, de caricias borda un manto, que esas manos fueron tus pacientes cuidadoras y hoy es hora que, con la misma paciencia, las cuiden tus manos. Que es su cama una peana bajo el palio de olvidar que tus besos son sus joyas que llenan de esperanza su calvario. No tuvo ninguna Imagen mejor costalera, que sus pies son ejemplo para Sevilla, la fe mueve montañas, que es la silla que la trae pa que sus dos madres se vean.

No tuvo nadie mejor camarista que la vista como ella viste su reina ¡Con qué alegría la mima y la peina! ¡Con qué paz de sonrisas la maquilla con dos manos generosas de alegría! El lunes de Pentecostés no digas que está en el cielo, que sus temblorosos labios que sus rezos olvidaron están en las puntás de besos del manto que, con cardos y acantos, de niña, le enseñara a coser ¡Ay, Si se pudiera retroceder las puntas de las agujas y vencerle a aquella puja del tiempo que ya se fue! Porque su vida no fue un sueño, ¿Te explico otra vez lo que es tener Fe? Tener Fe es no buscarle atajos al camino de los cielos.

Ojalá comprendan que la familia que es su origen y la familia que originen en su vida, además de su Hermandad (que son su familia sin ser su sangre) y los amigos ciertos que la vida les ponga en su camino, es lo que realmente tiene importancia en la vida que comienzan a vivir. Que sean autosuficientes, independientes, librepensantes, pero sobre todo, que respeten el valor que le den a su palabra cuando estrechen su mano. Este es el auténtico patrimonio de una persona en la vida y la que propiciará que sean eternos sus hermanos.

Por eso, Madre Mediatrix, Tú siempre intercede por ellos, démosle folios en blanco para que sigan escribiendo sus vidas con sus propias palabras, que no sigan el dictado de nadie, pero, cada vez que manchen con un borrón su vida, Tú sigue intercediendo por ellos, porque ya no llevan baberos y esas manchas les marcarán sus vidas como un hierro ganadero. Llévalos de tu mano, para que crucen sin miedo cada uno de los vados, que se aferren con sus dedos al tacto del marfil y terciopelo que bordas Tú sin pecados.

No te pido que les hagas sus tareas, ni que desveles los misterios que ellos solos tienen que escudriñar. Pero, si no saben, intercede para que alguien les enseñe. Si no pueden, intercede para que alguien les ayude. Si no quieren, intercede para que alguien les dé una buena colleja y se espabilen. Tú intercede ante el Espíritu Santo para que les ilumine el camino correcto hacia tu ermita, que admiren la belleza concediéndole la importancia con que la admira un ciego, distinguiendo las voces de los ecos y que honren el afecto recibido de modo que todo el que les conozca se sienta feliz de haberles conocido. Que no se concentren en cumplir fariseamente las formas. Que lo importante no son las flores ni las guirnaldas, sino que el corbujón esté lleno de un costo de amor para COMPARTIR. Tú intercede por ellos para que el Espíritu Santo les conceda el don del entendimiento para que comprendan el por qué cuesta tanto esfuerzo poder sentirse satisfecho.

Que cuando sean “platinos”, relean esos folios, aún hoy en blanco, con melancolía, pero sin remordimientos, henchidos de orgullo por no tener ninguna página oscura en su corazón. Conscientes de que no todos sus pasos, por muy tenaces que pretendieran ser, sembraron raíces de enseñanza, porque algunos nacieron las tierras estériles del fracaso o en los pedregales de los reveses de la vida. Que relean esos folios para reencontrarse con los que ya no estemos con ellos, pero también para reencontrarse consigo mismo, con el actual niño que hoy es, el que tantas ganas tiene de ser mayor y que, cuando relea estos folios, comprenderá que fue el sueño más falaz de cuantos tuvo en su vida.

Nosotros, cuando veamos en el espejo que la tersa belleza se pliega en olvidos y melancolías llenas de polvo (y no precisamente del camino) y oigamos venir de lejos el racheo de la buena muerte, nos rendiremos a su cortejo, un cortejo sin compaña para cruzar ese último puente del Aholí definitivo, que nos llevará a un traslado de esta… “andalucielo la Baja” hasta las alturas del cielo en esa Asunción que muchos no asumen, para dejarnos a solas mirando cara a cara al Pastorcito pa recitar el epitafio rociero: “¡Dispuesto, cuando usté mande… arreamos!”.

Y les rendiremos cuentas de aquellos dones emprestados, porque nunca fueron nuestros, presentando satisfechos nuestras cuentas con la pose de un Pilatos por la Calzá, un Pilatos que no se lavó las manos y se señaló cada ocasión en que hubo que dar un paso al frente (porque sabía que merecía la pena señalarse) para rogar por nuestros vivos: “Ahí hemos dejado a los hijos que nos emprestaste y, por ellos, el camino de nuestra vida no acaba, se duplican los talentos, como nos pediste. Bendice nuestras castas, porque tras ellos, otro camino nuevo empieza con su reata”.

Hay que hacer de nuevo, no digas lo que hay que hacer, hazlo. Bienaventurados aquellos cuyas vidas dejan un testigo que recogen sus hijos y nietos. Porque, si tu vida no fue ejemplo para la vida de nadie ¿Para qué viviste?

Hoy día, aquellas viejas fotos enmarcadas o en la cartera están en la pantalla del móvil o del ordenador. Las conservamos y las miramos como aquellas figuritas de las hornacinas romanas con la que se rendían culto a los antepasados, los dioses menores, los domésticos Lares y Penates. Nadie vaya a equivocarse, en mi hornacina de letras, mi recuerdo pa mis Manes, rindo honores a mis Lares, pero mi culto es para Ella, para Ella son los altares. Ninguno somos pastores de la devoción rociera, la Pastora y Madre es Ella, nosotros sólo somos hombres que otros hombres no recuerdan. Ellos ya hicieron sus méritos, por eso ya están a su vera, ellos sí que son rocieros, a nosotros aún nos queda demostrar si merecemos que también se abran las puertas cuando llamemos al cielo, cuando le rindamos cuentas. Si habitamos el recuerdo de quienes nuestra Fe heredan y veamos que nuestra huella la conservan nuestros nietos, y al llegar al eucaliptal nos nombran entre sus rezos, entonces será rociera nuestra alma allá en los cielos y afirmarán en la tierra “ese sí que fue un rociero”.

Esto que llaman “Hermandad” es la forma más hermosa de vivir la vida, de nuestras vidas, de nuestros padres y de nuestros hijos. Por mi madre soy Romero, la mejor de mis herencias. Que mis padres desde el cielo, sentados junto a su vera, me procuran el consuelo y el remedio a mis duquelas hasta el día en que vuelvan y resucite su ejemplo. Mientras ese día llega, yo vivo con su recuerdo, manteniendo sus consejos, sus valores y maneras de buen cristiano y rociero, de amor paterno y materno, de sacrificio y entrega. La educación que pretendo que algún día mi hija aprenda y se la enseñe a mis nietos pa que mi casa mantenga la fe de mis bisabuelos. La Fe cristiana y rociera que hoy ya es un Sacramento en el alma de mi dueña, para que aprenda a quererla como a esa Madre la quiero. Que mi casa sea rociera, que en mi casa esté presente por siempre la imagen de Ella. Que el legado no se pierda, que aquel amor se haga eterno en nuestra saga rociera, nuestra casa sea el templo donde un cante se haga rezo por las madres que parieran una mi alma… Otra mi cuerpo.

¿Entiendes ahora por qué tanto esfuerzo, tanto cansancio, tanto sacrificio, tantas ampollas, tantas quemaduras, tantas fatiguitas, tantas agujetas? Pues ponte zapatos cómodos, vístete de algarabía, porfíasela a tus aburridos y estirados mayores, que, en este camino, con la verdad de tu espontaneidad seas el fruto de la savia nueva que disipe los nublados del error de lo socialmente correcto, y agárrate, no a la plata de la carreta, sino a la carne viva de las manos de tus hermanos, y no te detengas, siempre caminando, incluso cuando le rezas, porque al jartible del CALI no hay quien lo pare ni quien le porfíe lo que sueña.

Ya lo desearéis cuando seáis padres e imploraréis en el huerto de los naranjos del Salvador que Dios os mande un CALI para vuestros hijos.

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