Días de hambre
Nada, ya no tenían nada para comer.
Con el último paquete de fideos, tres papas, un trozo de zapallo y un cuadradito de caldo saborizante Muriel había hecho un guiso.
Eso fue lo que comieron las dos, tres días atrás.
Después tuvieron hambre y nada más.
Muriel miró a Millie, su hija de siete años dormida en la cama.
El hambre te hace dormir.
Pero cuando te despierta, te corta el estómago como un frío cuchillo. Sin hoja y sin filo.
Cuando la niña despertó, dijo lo mismo de ayer.
---Mamá, tengo mucha hambre...
Entonces Muriel le dio un té sin endulzar y le dijo.
---Millie... Hoy vamos a comer... lo prometo ¿Sí?
Tomó sus elementos de trabajo. Y con Millie de la mano salió a la calle... En plena cuarentena.
En la esquina de Uno Sur y Avenida Oriente. La del semáforo largo. Es donde trabaja Muriel.
Sentó a su hija en la vereda y tuvo su primer golpe de suerte.
En un bolsillo de su chaqueta encontró un caramelo de menta y se lo dio a la niña.
---Millie... Lo peor que nos puede pasar hoy es que nos lleve la policía... Por la cuarentena ¿Sabes? Pero si nos llevan, nos darán de comer ¿Sí?
---Bueno mamá...
Cuando el semáforo se puso en rojo. Muriel se ganó en el centro de la calle con un par de aros de hula hula y tres clavas.
Sólo había tres autos en fila. Del tercero le gritaron.
---¡Negra...! ¿Qué haces en la calle...? ¡Estamos en cuarentena, tarada...!
Muriel ignoró el insulto. Intentó hacer girar los aros en su cintura, pero no pudo.
Tampoco logró hacer malabares y una de las clavas se estrelló en el asfalto.
Un poco avergonzada dejó pasa los autos. Y se fue a sentar al lado de su hija.
Era el hambre lo que no le permitía ser una artista de la calle.
Ese vacío en las tripas la dejaba sin fuerza ni coordinación.
Un niño pasó por el lado de ellas. Venía de comprar pan.
Muriel lo miró y le dijo.
---Nene... ¿Me das un pan para mi hija...?
El niño la miró por un segundo y simplemente siguió caminando hasta ingresar al edificio de enfrente.
Después vino la policía.
La interrogaron. Le hicieron el test del olfato y la temperatura a las dos y les dijeron que volvieran a casa. Que todos debían cumplir la obligatoria cuarentena.
---¿No nos van a detener...? -Preguntó Muriel.
---No señora... No la podemos llevar detenida con una niña menor de edad. -Le contestó uno de los policías y se fueron.
Y se quedaron allí con hambre.
Muriel contuvo las lágrimas. Le había prometido a su hija que hoy iban a comer.
Entonces vino el buen samaritano desde el edificio de enfrente.
El niño que le había negado el pan, volvía acompañado de su madre.
Traían dos bolsas grandes repletas de comida.
Arroz, fideos, leche, azúcar, harina, pollo, salchichas, etc.
Y se los dieron a Muriel.
---Les preparé unos sándwiches de queso derretido... Espero que les gusten. -Dijo la mujer.
---¡Gracias, señora...! -Contestó Muriel llorando.
---No llore usted, y vaya a casa. Tienen que cuidarse. Todos tenemos que cuidarnos...
---Señora, quiero pedirle perdón a su hijo... Pensé mal de él cuando le negó un pan a mi hija...
---No se preocupe... Fue Gabriel el que le llenó las bolsas con alimentos... Él la aprecia a usted, la mira siempre desde la ventana. Le dice "La chica del hula hula". Mi hijo casi no habla, es autista. Pero conoce a las buenas personas, tiene ese don.
---Estamos en cuarentena... ¿Puede abrazar a su hijo por mí...? ¿Y en ese abrazo darle las gracias...? Sé que a los autistas no le gustan los abrazos, menos de una extraña como yo.
---Usted no es extraña para Gabriel... Chica del hula hula.
Muriel sonrió. Tomó las bolsas y volvieron felices a casa.
En el camino se devoraron los sándwiches de queso derretido.
En casa, y dentro de una de las bolsas había un sobre con un poco de dinero y una nota.
Muriel leyó la nota abrazando a su hija. La besó y le dijo.
---¿Ves Millie...? Te dije que hoy íbamos a comer, hijita...
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